martes, 1 de septiembre de 2009

Sunset Café (y II)


Desde aquella tarde, hacía una semana, no había vuelto pasar por el Sunset, todos aquellos recuerdos me hicieron cambiar de hábitos como si de esa manera pudiese modificar el pasado o al menos evitar el sentimiento de culpa que me perseguía. Pero ante la ineficacia de la estrategia, intenté retomar las buenas costumbres, pero ya nada fue igual, el capuccino, la puesta de sol, la musica... no causaban en mí el efecto relajante que durante dos años me habían hecho cliente habitual del local.
Sentado, volví a repasar mentalmente cómo se había acabado lo nuestro, cómo del fuego del amor no quedaron ni los rescoldos, sólo las cenizas del reproche y de la culpa. Como suele pasar en estos casos todo fue gradual y sutil, lo que en principio nos atrajo fue lo que nos separó al final. Semejando a Dédalo e Ícaro emprendimos un viaje juntos de forma equivocada, huyendo de nuestros pasados y sin saber a dónde ir. Tú siempre tuviste más claro que para llegar a donde fuese que íbamos había que volar a una velocidad constante y a una altura predeterminada ni demasiado cerca del mar para no ser abatidos por las olas ni demasido próximos al sol para no ser consumidos por su calor. Yo, sin embargo, ni siquiera sabía si quería llegar a algún sitio, muchas veces necesité sentirme en lo más alto rodeado de una atmósfera abrasadora para inmediatamente dejarme caer en picado hasta que la espuma de las olas salpicaba mi cara, me bastaba con disfrutar el momento, yo era Ícaro y pensaba que te enfrentabas a la vida con alma de funcionaria, sin tomar riesgos, recorriendo caminos trillados por millones de personas, tú eras Dédalo.
En algún momento, como no podía ser de otra forma, el sol derritió la cera de mis alas y el mar se convirtió en el sepulcro de nuestra relación. Tú, como siempre, cerebral y con visión de futuro, te diste cuenta al instante que hacer un esfuerzo por rescatarme hubiese supuesto tu propia caída, así que decidiste seguir tu trayecto. Hiciste bien. Yo, mientras me hundía vi como te alejabas majestuosa, segura, inalcanzable. Nunca fui ave fénix sólo Ícaro.
Dejé el importe de la consumición y una propina exagerada en el platillo y me fui para no volver jamás al Sunset.

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