miércoles, 16 de septiembre de 2009

Hay Vida Más Allá


Miró la habitación desde el quicio de la puerta, respiró profundamente, se enjugó una lágrima y se marchó sintiendo el peso del mundo sobre su espalda, una carga demasiado desproporcionada para la mochilita que acarreaba. Cerró la puerta de la casa con sigilo, avergonzada por lo que estaba haciendo. El ascensor tardó media vida en llegar y en su pecho el corazón se amotinaba.

A las nueve y media, como siempre, Alma llegó a casa con sus hijos después de un largo día de trabajo y de actividades extraescolares, Luis no llegaría hasta las diez. La cena estaba lista, la casa limpia y ordenada y la ropa para el colegio del día siguiente preparada. Su madre nunca aspiró a más que a lavar y a planchar, pensó con una mezcla de lástima y desprecio, mientras se tropezaba con una mochila que no conocía. ¡Mamá, no dejes tus trastos por aquí en medio! La abuela balbuceó una disculpa y recogió el que hubiese sido su único bagaje frente a lo desconocido si el miedo no la hubiese atenazado otra vez: dos mudas limpias, los medicamentos, la cartera y lo que más pesaba: la pena, mucha pena.


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