jueves, 2 de noviembre de 2017

PASEANDO POR LAS NUBES

PASEANDO POR LAS NUBES


Casi todas las tardes Valeria salía al parque, que hay enfrente de su casa, con su bici y muchas ganas de pasárselo bien. Sus amigos la esperaban para subirse al tobogán, a los columpios, tirarse por la tirolina, jugar al pilla-pilla y después, a la sombra del gran árbol que había junto a los bancos, se tomaban todos juntos la merienda. Su carita de trasto de cinco años asomaba risueña entre el casco y el gracioso tirabuzón de pelo castaño que se balanceaba por su frente. Su sonrisa anunciaba que estaba dispuesta a conquistar la tarde, a disfrutar, a derrochar risas y abrazos y, si se terciaba, a llorar sin duelo si se hacía daño, porque en eso consiste ser niño en hacerlo todo sin medida ni doblez, sin reservar nada para el día siguiente porque los niños no entienden de pasado ni de futuro, gastan el ahora a manos llenas, libres de cualquier otra preocupación que no sea jugar y jugar.

 Valeria jugaba, reía, corría y también pedaleaba en su bicicleta, ¡cómo le gustaba montar en bici, más que nada en el mundo! Y no es de extrañar porque su bicicleta  ¡era mágica! Que sí, que sí, que has leído bien, cierra la boca, ¡MÁ-GI-CA! Pero no mágica porque lleve unas luces muy chulas de varios colores, ni mágica porque al tocar la bocina sonasen los acordes de La Cucaracha, ¡qué va! Si la bicicleta de Valeria es normalucha, de segunda mano porque a su hermana mayor se le quedó pequeña y la heredó; no tenía ni luces ni cintas de colores, pero… pero… la bicicleta ¡volaba! Que sí, que sí, que has vuelto a leer bien, tenía una bicicleta voladora, cuando iba paseando en ella y se imaginaba que en vez de pedalear por el suelo estaba volando, la bici obedecía y despegaba lentamente, a cada pelada la bici se elevaba más y más.

La primera vez que le pasó, se llevó un gran susto. Ella iba pedaleando y soñando con los ojos abiertos en llegar hasta las nubes y hacerle cosquillas al sol, cuando de repente empezó a flotar y a surcar el cielo. ¡No se lo podía creer! Veía a sus amigos, el parque, su casa, a sus papis y a su hermana muy, muy pequeñitos allá abajo. Pasada la primera impresión, se dio cuenta de que manejar la bicicleta en el aire era tan fácil como hacerlo sobre la tierra, cuantas más pedaladas, más velocidad, giraba el manillar hacia la derecha, se iba a ese lado, giraba a la izquierda, pues allá que se iba. Para aterrizar solo tenía que ir perdiendo velocidad y entonces comenzaba a descender despacito hasta que las ruedas tomaban contacto con el suelo. Lo curioso es que nadie la veía despegar ni aterrizar, y ni mucho menos cruzar el cielo ¡era su pequeño, gran secreto!

En una de sus excursiones aéreas, iba dándole a los pedales entre las nubes mirando el mar tan azul y tan bonito cuando escuchó el piar muy triste de un pajarito, prestó más atención y lo volvió a oír, se fijó y vio unos pocos metros más adelante un pequeño gorrión parduzco y regordete que piaba muy triste. La pequeña aceleró hasta ponerse a la altura del ave, que no se había percatado de su nueva acompañante.

— ¡Hola, pajarito ¿Qué te pasa?

El gorrión miró hacia abajo, miró para hacia arriba tratando a ver quién le estaba hablando.

— ¡Pajarito, hola!— Volvió a saludar la niña.

¡Ay, ay, ay! Cuando el pajarito miró a su lado y vio que quien le hablaba era una niña ¡que iba volando en una bici! Se le pusieron todas las plumas tiesas, se le torció el pico y dio un par de volteretas del susto.

—Debo estar soñando— se dijo el pequeño gorrión. Se frotó los ojos con las alas y volvió a mirar.

— ¡Ay, ay, ay! ¡Que no estoy soñando!, ¡tengo a mi lado a una niña que va volando con su bici!

— Pajarito, me llamo Valeria, no tengas miedo, es que te he oído piar muy triste y quiero saber si te puedo ayudar en algo—dijo la niña muy educadamente.

Una vez pasado el susto y viendo lo dulce y amable que era la niña, el gorrión se atrevió a responder:

 —Bueno, la verdad es que estoy triste porque me he perdido de mis papás—comenzó a explicar con voz tristona.

— Es que ellos saben volar muy bien porque son grandes—-prosiguió contando el gorrioncito— y yo como soy pequeño y mis alitas todavía son cortas, pues vuelo más despacio por lo que me han dejado atrás y no se han dado cuenta para volver a por mí— sollozaba el pajarín.

La pequeña conmovida por la historia se ofreció a llevarle a su nido si le podía indicar dónde vivía.

—Mira, tranquilízate, si me dices dónde vives yo te llevaré hasta allí.

El gorrión más calmado empezó a darle indicaciones:

—Pues yo vivo en un nido que hay en un árbol— dijo lleno de seguridad.

— ¡Pajarito! Esa no es una muy buena pista, casi todos los pájaros viven en nidos que hacen en los árboles y en este pueblo hay un montón de árboles. ¿No puedes darme alguna pista mejor?

—Bueno, la mayor parte del día nos la pasamos subidos en una antena que hay justo enfrente del árbol, allí nos juntamos mis papás, mis hermanos, mis tíos, mis primos, mis abuelos y yo. Nos pasamos horas revoloteando y charlando, que si pío, pío por aquí, que pío, pío por allá, todo el día dándole al pico, porque nos gusta mucho conversar y contarnos historias.

—Vamos a ver, pajarito, que lo de tu familia está muy bien, que lo de vuestras charlas suena muy divertido, pero eso no me ayuda para encontrar tu nido, antenas en el pueblo debe haber más que árboles. Esfuérzate un poquito más. —le suplicó la niña.

—Déjame que piense, a ver, a ver. No sé si te servirá como pista pero ahora que me doy cuenta el árbol está en un sitio donde todas las tardes van a jugar los niños. Ese sitio tiene un gran tobogán, columpios y una tirolina y cuando los niños se cansan meriendan debajo de nuestro árbol. ¡Uhmmm! Se me hace la boca agua cuando lo pienso, porque las miguitas que se les caen de los bocadillos son nuestra cena.

— ¡Jajajaja! —Soltó una carcajada la niña—ahora ya sé porque estás regordete, de comer tantas miguitas y ya sé dónde vives ¡eres mi vecino! Yo juego en ese parque y vivo justo enfrente. ¡Oye, pajarito! ¿No serás tú el que me despierta por las mañanas con el pío, pío, pío? Porque justo encima de mi habitación está la antena de mi casa. 

Valeria giró su bicicleta y tomó la dirección del parque, cuando llegaron aterrizó suavemente en el suelo y el gorrión feliz voló hasta el árbol y se metió en el nido donde le esperaban sus padres muy disgustados y preocupados.

— ¡Piquín! —Que así se llamaba el pajarito —¿dónde has estado? Te hemos buscado por todas partes y no te encontrábamos. Toda la familia está volando intentando encontrarte —.Le reprocharon sus papás mientras le daban un gran abrazo.

Piquín les contó a sus papás cómo una niña que volaba con su bici le había ayudado a volver a casa.

—Piquín, ¿qué te hemos dicho sobre contar mentiras? No creas que te vas a librar del castigo por contar esa historia tan increíble. —Le dijeron sus papás enfadados.

— ¡Que es verdad!, mira, asómate. ¿Ves a esa niña que está con su bici al pie del árbol?, pues esa es la que me trajo.

Como Piquín nunca mentía, su papá bajó revoloteando hasta la niña y se posó sobre el manillar de la bicicleta.

—Niña —comenzó a decir el papá pájaro— ¿es cierto que vuelas y que has traído de vuelta a Piquín al nido?

—Bueno, yo no vuelo, es mi bici y, sí, me encontré al pajarito perdido y lo he traído de vuelta a su casa— respondió Valeria.—Y—siguió diciendo— les debería dar vergüenza perder a su hijo por ir volando más rápido y no volar al ritmo de sus alitas pequeñitas, riño al papá.

—Pero, pero, balbuceaba el pájaro rojo de la indignación, si es que Piquín es un despistado y mientras fuimos a por semillas le dijimos que volase hasta la antena y que allí nos esperara, pero como siempre va pensando en sus cosas, se despistó  y cuando se dio cuenta ya no sabía dónde estaba —aclaró el padre—

—Pero no me cambies de tema—dijo el pájaro— ¿Qué es eso de que tu bici vuela? ¡Eso es imposible!—dijo muy digno dando golpecitos con una de sus patitas en el manillar de la bici.

—Pues si quieres te lo demuestro—se defendió la niña—que se puso a pedalear mientras pensaba en un paseo entre las nubes.

De pronto, para asombro del pájaro, la bicicleta comenzó a remontar el vuelo. ¡No se lo podía creer! ¡Los ojos se le salían de las órbitas, las plumas de la cabeza le empezaron a dar vueltas! ¡Casi se cae de espaldas!

—Vale, vale, baja ya—dijo el gorrión todavía conmocionado. —Muchas gracias por traerme a Piquín sano y salvo, mi nombre es Piquete y te estoy muuuuy agradecido.

—De nada, yo me llamo Valeria.

— ¿Qué? ¿Valeria, en serio? —Interrumpió Piquete.— ¿Tú no vivirás en esa casa que hay enfrente del parque?

—Pues sí ¿Por qué?

— ¡Qué vistas hay desde la antena de tu casa! ¡Qué fresquito se está ahí arriba! Nos pasamos mucho tiempo en tu antena y conocemos bien a tu familia, os oímos hablar y conocemos vuestros nombres.

— ¿Así que sois vosotros los que piais todas las mañanas encima de mi habitación?

—Sí, ¿No es maravilloso nuestro dulce canto?

—Hombre, Piquete, es muy bonito, pero no tan temprano— exclamó la niña muerta de risa.

Desde ese día Valeria y la familia de Piquín se hicieron muy amigos y Valeria volaba a menudo con ellos, pero eso es un secreto que no debéis decir a nadie. ¡Shhhhhhhhh!   


martes, 21 de octubre de 2014

Ébola: Mea Culpa

Ya tenemos el primer caso de contagio por ébola en suelo europeo, según altos cargos de las administraciones responsables la culpa la ha tenido una auxiliar de enfermería que formaba parte del equipo que atendió a uno de los dos españoles repatriados de África afectados por el virus. Mi sensación al leer las noticias y las declaraciones de las autoridades sanitarias acusando a la auxiliar me producen cierto déjà vu.
Recuerdo que cuando estalló la crisis de 2008 con toda su crudeza, no fueron pocos los dirigentes políticos y económicos que echaron, sin ningún rubor, la culpa de la situación a la clase trabajadora que, aprovechando la abundancia de trabajo, se lio la manta a la cabeza y comenzó a comprar a crédito pisos, coches, viajes, etc… Que esa crisis se gestase desde las instituciones financieras norteamericanas con la comercialización de las hipotecas subprime posteriormente vendidas a la banca internacional y a fondos de inversión, parece que no es relevante. Que quebrasen países comenzando con Islandia y siguiendo por los PIIGS, tampoco parece un dato reseñable. Que la banca estuviese descontrolada en su política de concesión de créditos sin garantías a inmobiliarias, promotoras y constructoras, tampoco parece algo a tener en cuenta. Que los organismos reguladores y controladores de las entidades financieras no hayan ejercido sus funciones y que parte de la banca patria haya tenido que ser rescatada con fondos públicos, debe ser un punto anecdótico. Que las administraciones públicas se lanzasen a promover obras faraónicas con sobrecostes surrealistas, tampoco debe ser razón de peso. No me detendré a mencionar con detalles la hemorragia que al erario han causado el compadreo, trinque, comisiones, dinero b, sobornos, mordidas, dietas, sobresueldos, ERES, etc... peccata minuta ¡Ah pero si el obrero español se compra un piso y un coche y tras quedarse sin empleo no puede hacer frente a sus deudas, eso sí es el acabose! ¡Las puertas del Averno se abren, la economía mundial se tambalea y la bestia surgida del abismo es desatada para terror y espanto de todos!
Pues bien, parece que una segunda bestia terrible y espantosa ha sido liberada por la clase trabajadora, esta vez una auxiliar de enfermería. No es relevante que los profesionales sanitarios que atendieron a los infectados no hubiesen recibido formación rigurosa para manejar casos de esta complejidad y peligrosidad según declaraciones del presidente del Consejo General de Enfermería. Tampoco hay que detenerse en que el protocolo de la OMS para la detección de casos de ébola haya tenido que ser modificado sobre la marcha al ver que el punto que trata sobre la temperatura a partir de la cual el caso puede ser ébola, 38,6ºC, no es fiable. Ni citar que la Sociedad de Virología acusa a los políticos de "ignorancia" en la gestión de la crisis del ébola. Tampoco nos fijemos en que en una entrevista el coordinador del Centro de Alertas y Emergencias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón haya reconocido que se han podido cometer errores en el proceso de control del caso y que están siendo evaluados. Debe ser desdeñable que, como explicaron las autoridades sanitarias en rueda de prensa, la paciente notificara los primeros síntomas de la enfermedad el pasado día 30 y no se establecieran medidas de aislamiento, hasta el punto de dejarle marchar de vacaciones. Tampoco merece nuestra atención que la ambulancia en la que se trasladó a la enferma siguiese prestando servicio sin haber sido desinfectada. 
Podríamos seguir enumerando este tipo de naderías hasta el hastío, mientras tanto, tras patentes y reconocidas muestras de incompetencia y mala fe de los responsables políticos, la única señalada sigue siendo Teresa Romero que se presentó voluntaria para atender al misionero repatriado. Para pasmo a día de hoy no ha habido dimisiones y lo que es peor, tampoco ceses. Deben estar esperando a que dimitamos nosotros, el pueblo, por habernos convertido en una carga tan difícil de llevar. ¡Me duele España, vaya que si me duele!

domingo, 1 de junio de 2014

I Need a Dollar

El mundo sigue girando. A pesar del cataclismo las calles se llenan cada mañana de gente que se dirige a sus ocupaciones, el tráfico sigue colapsando el centro de la ciudad y en las tardes soleadas los parques aún se llenan de juegos y risas. La vida no ha terminado, solo la mía.

Tan cerca pero tan lejos la que también fue mi existencia pasa a mi lado a diario, alzo mi mano con una súplica en mis ojos, pero sé que vivo en un plano de la realidad distinto y apenas unos pocos perciben mi presencia. Mi invisibilidad no me molesta, al menos desde hace un tiempo la prefiero al dolor  que me causaban las expresiones que se dibujaban en  los rostros de aquellos que muy a su pesar se encontraban con mi mirada.

Todavía noto la tierra moviéndose bajo mis pies, en una fracción de segundo todo se vino abajo cuando me sentía seguro y confiado. Pero eso ya pasó y nada volverá a ser igual. A quién le importa, a mí ya no.

Hoy solo necesito un dólar. 

I need a dollar by Aloe Blacc (versión con quinteto de cuerda y subtítulos en español)




I need a dollar by Aloe Blacc (versión original)

viernes, 30 de septiembre de 2011

El Paparazzi, Romeo y Julieta


El asunto había estallado hacía pocos meses cuando un paparazzi  había conseguido captar de forma fortuita unas instantáneas de Julieta en compañía de Romeo.

El fotógrafo, mientras tomaba un bocado rápido en una modesta tasca, un lugar bien distinto de aquellos lujosos restaurantes de moda en los que solía cazar a sus presas, observó a dos jóvenes enamorados charlando en tono bajo, inmersos en su propio mundo donde solo existían ellos y su amor. La tierna escena le amenizaba la cena hasta que se percató de quién era la pareja. ¡No podía ser! Miró y volvió a mirar, la verdad es que los chicos nunca habían salido en los medios, pero sí, eran ellos. Sus familias tan ricas como influyentes habían imposibilitado la publicación de cualquier material sobre ellos. Pero estamos hablando de fotos y vídeos sin más valor que el de ver a Julieta en clase de equitación, a Julieta con sus amigas en un día de playa o a Julieta de compras. Con Romeo sucedía igual, material intrascendente que moría en los cajones de los escritorios de los directores de cadenas de televisión, de semanarios del corazón o de portales de internet, porque los beneficios de su publicación no compensarían ni de lejos los perjuicios que les ocasionaría la retirada de la cuantiosa publicidad que insertaban las diferentes empresas de ambas familias y también las de sus allegados.

Pero esto era diferente, ante él estaba la noticia del año; o de la década; o del siglo ¡Los hijos de los archirrivales  juntos y enamorados! Se atragantó con el refresco que estaba bebiendo y se puso a sudar nervioso ante la posibilidad de hacer el reportaje de su vida. Instintivamente echó mano a su cámara, pero para su desesperación se dio cuenta de que se la había dejado en el coche; más de quince mil euros en equipo fotográfico y ahora tenía que inmortalizar el momento con la cámara de su móvil, 3,5 mega píxeles para realizar el trabajo de su vida.

Disimulando como pudo, disparó la camarita decenas de veces, rogando a los dioses que la ausencia de luz apropiada, de flash y de buenas ópticas no impidiera que se distinguiese nítidamente a los tortolitos abrazarse,  besarse, reírse…

La escena romántica que antes le había hecho desear encontrar a la mujer que le mirase con la intensidad con que ella le miraba a él, ahora se había convertido en algo con lo que comerciar.

 – Un millón –  se decía a sí mismo.  
– Por estas fotos me van a dar un millón.

Le dieron el millón. Se retiró y dejó de trasnochar y de perseguir la fotografía más escandalosa. Se compró una casita blanca en la costa. Ahora paseaba por la playa, desayunaba en la terraza de un pequeño bar del puerto mientras leía la prensa y el sol de la mañana le saludaba.

De Romeo y Julieta se habló mucho, sus imágenes abrieron telediarios y fueron el centro de la programación rosa de todas las cadenas. Las audiencias se dispararon, las tiradas de las revistas multiplicaron los ejemplares distribuidos. Cada semana había una portada: primero hablando de su romance, después de la reacción furibunda de sus familias, más tarde de la forzosa separación de los jóvenes amantes y por último de la muerte de ambos despeñados en un accidente de tráfico al tratar de huir.

El día siguiente a la noticia del trágico final de los chicos, en un pueblecito costero de casitas blancas cierto hombre no acudió a su paseo habitual por la playa, ni desayunó en la terraza del bar leyendo la prensa, ese día el sol no le encontró para desearle buen día. 

El día siguiente a la noticia de la muerte de Romeo y Julieta su cuerpo fue encontrado flotando sin vida en las aguas de la bahía.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La flor de la vida y de la muerte


Un hombre rico quiso regalar a sus vecinos el mejor don que hubiese en la tierra; viajó lejos porque le habían hablado de unas flores maravillosas cuyo color y aroma cambiaban dependiendo de las necesidades de quien las poseyese. La flor era la misma, pero al ser puesta en las manos de su comprador, ésta leía el corazón de su dueño y su color y aroma se personalizaban sirviendo de medicina para su alma. Al inquieto traía paz, al triste alegría, al débil fuerza, al fuerte paciencia, y así, fuese cual fuese el tipo de personalidad, la flor siempre equilibraba el carácter haciendo de sus dueños personas sanas y felices. ¡Qué mejor regalo que ese!

Cuando llegó al país donde crecían estas flores quiso comprar sus semillas, había llevado una gran bolsa de oro porque sabía que todo lo bueno costaba mucho. Pero, para su asombro, se las dieron sin querer aceptar nada a cambio por el mero hecho de haber venido desde tan lejos y de querer compartir con otros de forma desinteresada las flores.

Antes de partir de regreso le dijeron que esas flores sólo se daban en un tipo de tierra especial, por lo que debía ser muy cuidadoso a la hora de elegir el terreno en el que las iba a plantar. También le dieron un manual que contenía todo lo que necesitaba saber para el cultivo exitoso de las flores.

Al llegar a su tierra vendió todo lo que tenía para comprar el terreno adecuado para el desarrollo perfecto de las flores.

Trabajó de sol a sol para acondicionar la parcela y por fin sembró las semillas.

Al llegar la hora de la cosecha se dio cuenta de que su campo solo tenía espinos, pero no se desanimó y siguió cuidando su plantación año tras año, pero los espinos cada vez invadían más el cultivo, y de las flores no había ni rastro.

El hombre se sintió engañado y avergonzado, lleno de frustración y tras haber invertido todo cuanto tenía en ese proyecto, finalmente tomó una soga y se quitó la vida.

Tres años después de su muerte la primavera llegó con unas lluvias muy abundantes y por fin los espinos se llenaron de yemas que dieron paso a unas flores como nadie de esa zona había visto jamás.

A principios de aquel verano el valle se llenó del aroma de las flores plenamente desarrolladas y listas para ser recolectadas. Los habitantes de la región, maravillados por la suave fragancia que lo impregnaba todo, incluso sus corazones, comenzaron a buscar el foco de donde partía el efluvio. Por fin encontraron la plantación custodiada por lo que quedaba del cadáver de su dueño colgando de la rama de un árbol; al acercarse vieron que de un bolsillo de su chaqueta asomaba un librillo, de unas pocas hojas, ajado por estar a la intemperie, al abrirlo, en el primer párrafo rezaba lo siguiente a modo de compendio de lo desarrollado en el manual: “plantar la semilla en la tierra adecuada y cuidar con esmero. El floricultor se dará cuenta de que su trabajo está teniendo éxito cuando el campo se llene de espinos, durante varios años los espinos crecerán, lo cual es muy importante para que luego la flor tenga un buen soporte y pueda crecer en plenitud. El florista sabrá que su labor habrá concluido cuando una copiosa lluvia primaveral caiga sobre los espinos adultos, entonces de éstos comenzarán a salir brotes que se convertirán en las flores que con tanto amor y paciencia ha estado esperando”. A la vista de los resultados todos estuvieron de acuerdo en que el hombre había realizado una magnífica labor y no podían entender el porqué de su trágico final.

Antes de volver a sus casas dieron sepultura a los restos del dueño de la plantación y movidos por la pena de dejar que unas flores tan hermosas se quemasen bajo el sol del verano, cada vecino se llevó una y, sin saberlo, con ella la felicidad a su vida.

domingo, 21 de marzo de 2010

Nadie


_ ¡Papá, papá! Gritaba mientras se contorsionaba queriendo zafarse de esa gente extraña que la quería inmovilizar; pero papá no hacía nada, ni tan siquiera podía verlo cerca y ellos volvían a la carga otra vez. Ahora aulló al sentir una multitud de manos sujentándola por las muñecas y por los tobillos y notar cómo le atravesaban la piel. _ ¡Papá, papá! Se desgañitaba, pero papá no venía y ella no comprendía nada: ¿Por qué estaba atada?, ¿Por qué la miraban esos rostros deformes?, ¿Por qué le causaban tanto dolor?

Apenas hacía unos días estaba disfrutando de una extemporánea primaveral tarde de domingo en febrero, aún podía percibir el olor a salitre que impregnaba la brisa del paseo marítimo; se veía a sí misma corriendo y revoloteando entre sus papás, ora metiéndose entre las faldas de mamá reclamando un mimo ora agarrando las manos endurecidas por el trabajo de su papá, esas manos que le hacían sentirse a salvo de cualquier mal. ¡Era tan feliz! El sol por fin parecía haber vencido a las hordas invernales, sus rayos lo abarcaban todo, centelleaban sobre la superficie del mar cabalgando en las olas que mansamente se deshacían en un rumor sobre la arena de la playa, buscaban cualquier resquicio umbrío para declararlo conquistado. Una parte de su ejército había enjambrado en los bucles dorados que conformaban la melena de mamá. Mamá, tan guapa, tan buena, olía a galletas de canela, sus besos sabían a uvas maduras recién vendimiadas del majuelo, sus abrazos curaban cualquier dolor y su voz hacía que las pesadillas se desvanecieran al instante.

_ ¡Papá, papá! Ya estaban ahí otra vez mirándola, molestándola, haciéndole daño. Quería volver a su casa, cenar sopa y que su papá la arropase antes de dormir; quería cerrar los ojos y sentir el tacto suave de sus sábanas que olían a los saquitos de lavanda que mamá distribuía dentro del ropero.

Las enfermeras habían intentado sin éxito ponerle el gotero con un suave sedante para que, una vez calmada, el médico pudiese hacerle una revisión porque cada vez que se le acercaban arrancaba a gritar, a dar puntapiés y a bracear como una posesa. Era en esos momentos de tensión y desesperación cuando llamaba a su papá, un papá que jamás vendría porque hacía décadas que había fallecido. En la historia clínica figuraba que Nadie tenía noventa años y ningún familiar conocido al que avisar. Sus idas y venidas del geriátrico a los servicios de urgencias de los hospitales de la zona se estaban volviendo habituales.

A pesar de su edad su cutis lucía terso y sonrosado, sobre su frente el pelo mal cortado y algo desaseado aún conservaba un brillo y unos rizos muy característicos que conferían al conjunto de su rostro un ademán patricio. Sus manos blancas y finas terminaban en unos dedos delgados y largos a los que las uñas descuidadas y algo sucias no conseguían restar belleza.

Tras obtener la autorización del médico para inmovilizarla por fin habían podido colocarle la vía en el sitio correcto y el sedante parecía que iba surtiendo efecto, aunque de cuando en cuando todavía se la oía balbucear.

Ahora podía oler la lavanda, abrazada a su osito de trapo se despedía de su papá hasta mañana, el sueño la vencía y ya podía dormir tranquila porque estaba en su casa, en su cama, oyendo como sus papás trajinaban por la cocina, seguramente recogiendo los platos de la cena, ruidos familiares que componían la nana de lo cotidiano con la que transitaba hacía el reposo y los sueños.

En algún momento de la noche se despertó y ya no estaba en su cuarto, no podía mover ni pies ni manos ¿qué estaba pasando? El pánico se adueñó de ella, sus intentos por desasirse eran en vano. El trastorno senil que padecía le impedía recordar los sucesos de hacía pocas horas, el forcejeo con el personal sanitario de principios de la noche había sido arrojado al profundo pozo del olvido donde la enfermedad había ido echando, con metódica crueldad, jirones completos de su vida hasta haberla desposeído de todo, o de casi todo ya que sólo resistían de forma numantina algunas imágenes inconexas en las que ella era una niña de siete años. El objetivo de la cámara que proyectaba sus recuerdos había sido desenfocado por completo fundiendo a negro los más recientes, enturbiando hasta el mareo el resto, permitiendo únicamente la visión clara y nítida de un fugaz instante de felicidad acontecido hacía ochenta y tres años.

Nadie era ahora una niña confinada en un rincón de las añoranzas de una nonagenaria enferma y sola.