viernes, 28 de agosto de 2009

Sunset Café (I)


En el Sunset Café terminan todas mis tardes después de salir de la oficina, siempre más tarde de lo que debiera, con la misma rutina o, mejor dicho, con la misma liturgia consistente en sentarme mientras me libero de la tiranía de la corbata y apenas desanudada y guardada en un bolsillo de la americana, el capuccino descafeinado doble, con espuma de vaporizador (debería haber leyes que penasen con cárcel a los que ponen nata de spray), con un buen punto de canela y un toque de ralladura de limón aterriza en mi mesa mientras el mar va engullendo lenta, pero inexorablemente a un sol que ya no se muestra altivo ni castigador, sino que rojeando se va rindiendo a la noche tiñendo el cielo de tonos naranjas, rosas y morados.
Sin duda es un buen momento, el bar se va llenando poco a poco de gente como yo, cansados del día pero sin prisas por llegar a casa, una casa vacía donde nadie espera. Las conversaciones y las risas se ven sofocadas por la música que suena a un volumen idóneo, lo suficientemente alto como para no oír a los que departen animadamente en las mesas contiguas pero no tanto como para que entre ellos no se oigan y tengan que elevar la voz.

Hoy, al segundo sorbo, comenzó a sonar Shola Ama y me viniste a la cabeza, cuántos recuerdos, qué buenos momentos, sin esforzarme tu sonrisa volvió a iluminar la estancia, tu voz se materializó en mi cabeza, casi llegué a sentir tu mano entrelazada con la mía mientras paseábamos por la orilla de la playa charlando de nada y de todo, al tiempo que las olas borraban las huellas que íbamos dejando, al igual que en algún momento borraron las promesas de amor eterno que nos hicimos.
Algún tipo de justicia cósmica estaba haciendo que el dj estuviese poniendo canciones que fueron la banda sonora de lo nuestro, estoy convencido de que encontrarías la situación bastante divertida pero cuando empezó a sonar Get Here de Oleta Adams, pagué la cuenta y me fuí.