sábado, 15 de agosto de 2009

El Pipa (I)


Fermín Pinilla Palenque, hijo de José Francisco Pinilla Val y de María del Pilar Palenque Ruiz, nieto por parte de padre de Elpidio Pinilla García y de Joaquina Val Martínez y por parte de madre de Fermín Palenque Alonso y de María del Pilar Ruiz Costa, autodenominado “MC Gangsta”, aunque conocido por sus amigos como el Pipa, nació en Zaragoza a mediados de los ochenta, mal estudiante desde temprano le interesó el hip-hop, qué digo le interesó, él siempre se vio como un negro atrapado en un cuerpo de blanco, su atuendo en absoluto desentonaría en los barrios marginales de Los Ángeles aunque en Torrero hiciese que muchas cabezas se girasen al verle pasar. Caminaba con ritmo correspondiendo el avance de una pierna con un escorzo del hombro contrario.
El Pipa no sabía el nombre de ningún director de cine español pero se había visto todas las películas de Spike Lee, en las que los cabrones blancos oprimían a los negros en los guetos de las grandes urbes norteamericanas. El rap fluía por sus venas impulsado por sístoles y diástoles de rabia y frustración. Se sentía solidario con sus hermanos del gueto lejano, él también vivía en uno no hecho de manzanas de edificios sino de incomprensión cultural aunque se sentía vivo al nadar a contracorriente: escuchar música minoritaria, hablar jerga spanglish, vestir camisetas de equipos americanos de baloncesto, hockey, béisbol o fútbol americano le hacía sentirse distinto, distinguido del resto de los mortales con los que se cruzaba.
Fermín dejó los estudios en el séptimo de E. G. B. porque, esta teoría la fabricó años después, los putos profesores, infantería del sistema, sólo se dedicaban a formar hormigas obreras para seguir alimentando a los mismos a costa de los de siempre. Oh, man! Contra toda esa mierda rapeaba con furia versos de rimas inconsistentes, nunca se le ocurrió que la clase de lengua podía haber contribuido a dar forma a sus “poemas urbanos”. Pipa no era esclavo de la métrica, lo importante era transmitir lo que quería decir, las sutilezas estilísticas no figuraban en sus cánones creativos. Cargaba contra todo y contra todos desde su micro. Él no era un esclavo del sistema, entraba y salía cuando le venía en gana. Durante la semana se levantaba tarde, desayunaba y se iba con los colegas, sus hermanos de vida, a escuchar gansta rap mientras bebían cerveza y hablaban de sus cosas. Comer, dormir, vestir, salir y los vicios corrían a cargo del Paco y la Pili, sus padres, las hormigas obreras que se consumían la vida uno pintando casas y la otra despachando en un súper del barrio. Él había tenido mala suerte con eso del curro, los sucesivos jefes que le habían tocado en su azarosa trayectoria laboral estaban todos cortados por el mismo patrón: mierdecilla con ínfulas incapaz de comprender un espíritu rebelde y contestatario como el suyo. A todos más pronto que tarde les había tenido que mandar a tomar por donde amargan los pepinos. Puto mundo injusto, lleno de borregos y tiranos de medio pelo sin talento alguno que en cuanto veían a alguien diferente, a alguien con aspiraciones, les faltaba tiempo para intentar hundirlo. Sí, Fermín tenía aspiraciones, todas ellas estaban recogidas en cualquier vídeo musical de sus grupos y MC’s preferidos, éxito de ventas de sus composiciones que traerían chicas, coches, ropa cool y un estilo de vida con el que cerrar muchas bocas, y todo ello sin perder su independencia gangsta. Es decir, que el anti sistema MC Gangsta, sin saberlo, quería desesperadamente formar parte del mismo, consumir, gastar, quemar pasta, tías y bugas, ser un bad boy del star system.
Pipa se sabía tocado por una exclusividad genuina que incluso provocaba envidias en el ambiente hip-hop en el que se movía, sino cómo se puede concebir la crítica aparecida en El Heraldo en la que la pelea de gallos en la que había pasado dos cara a cara se la hubiese calificado de: ”…en el centro cultural de Torrero tuvo lugar anoche una pelea de gallos, término con el que en el mundo del hip-hop se denominan a la competición entre dos MC que se van turnando en rimar durante un período de tiempo y en la que al final el público elige al vencedor que pasa a la ronde siguiente, en este caso más que pelea de gallos parecía caja de grillos. Las bases malas fueron adecuadamente secundadas por rimas peores, no nos atrevemos desde estas líneas a asegurar si el MC vencedor era el mejor o el peor de los participantes. Chicos hay vida después del joder y del puto.” ¿Caja de grillos? ¡Que jodan a ese puto chupatintas de mierda! Pensó cuando leyó la reseña en el bar.

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