Casi todas las tardes
Valeria salía al parque, que hay enfrente de su casa, con su bici y muchas
ganas de pasárselo bien. Sus amigos la esperaban para subirse al tobogán, a los
columpios, tirarse por la tirolina, jugar al pilla-pilla y después, a la sombra
del gran árbol que había junto a los bancos, se tomaban todos juntos la
merienda. Su carita de trasto de cinco años asomaba risueña entre el casco y el
gracioso tirabuzón de pelo castaño que se balanceaba por su frente. Su sonrisa
anunciaba que estaba dispuesta a conquistar la tarde, a disfrutar, a derrochar
risas y abrazos y, si se terciaba, a llorar sin duelo si se hacía daño, porque
en eso consiste ser niño en hacerlo todo sin medida ni doblez, sin reservar
nada para el día siguiente porque los niños no entienden de pasado ni de
futuro, gastan el ahora a manos llenas, libres de cualquier otra preocupación
que no sea jugar y jugar.
Valeria jugaba, reía, corría y también pedaleaba
en su bicicleta, ¡cómo le gustaba montar en bici, más que nada en el mundo! Y
no es de extrañar porque su bicicleta
¡era mágica! Que sí, que sí, que has leído bien, cierra la boca, ¡MÁ-GI-CA!
Pero no mágica porque lleve unas luces muy chulas de varios colores, ni mágica
porque al tocar la bocina sonasen los acordes de La Cucaracha, ¡qué va! Si la bicicleta de
Valeria es normalucha, de segunda mano porque a su hermana mayor se le quedó
pequeña y la heredó; no tenía ni luces ni cintas de colores, pero… pero… la
bicicleta ¡volaba! Que sí, que sí, que has vuelto a leer bien, tenía una
bicicleta voladora, cuando iba paseando en ella y se imaginaba que en vez de
pedalear por el suelo estaba volando, la bici obedecía y despegaba lentamente,
a cada pelada la bici se elevaba más y más.
La primera vez que le
pasó, se llevó un gran susto. Ella iba pedaleando y soñando con los ojos
abiertos en llegar hasta las nubes y hacerle cosquillas al sol, cuando de
repente empezó a flotar y a surcar el cielo. ¡No se lo podía creer! Veía a sus
amigos, el parque, su casa, a sus papis y a su hermana muy, muy pequeñitos
allá abajo. Pasada la primera impresión, se dio cuenta de que manejar la
bicicleta en el aire era tan fácil como hacerlo sobre la tierra, cuantas más
pedaladas, más velocidad, giraba el manillar hacia la derecha, se iba a ese
lado, giraba a la izquierda, pues allá que se iba. Para aterrizar solo tenía
que ir perdiendo velocidad y entonces comenzaba a descender despacito hasta que
las ruedas tomaban contacto con el suelo. Lo curioso es que nadie la veía
despegar ni aterrizar, y ni mucho menos cruzar el cielo ¡era su pequeño, gran
secreto!
En una de sus
excursiones aéreas, iba dándole a los pedales entre las nubes mirando el mar tan azul y
tan bonito cuando escuchó el piar muy triste de un pajarito, prestó más
atención y lo volvió a oír, se fijó y vio unos pocos metros más adelante un
pequeño gorrión parduzco y regordete que piaba muy triste. La pequeña aceleró
hasta ponerse a la altura del ave, que no se había percatado de su nueva
acompañante.
— ¡Hola, pajarito ¿Qué
te pasa?
El gorrión miró hacia
abajo, miró para hacia arriba tratando a ver quién le estaba hablando.
— ¡Pajarito, hola!—
Volvió a saludar la niña.
¡Ay, ay, ay! Cuando el
pajarito miró a su lado y vio que quien le hablaba era una niña ¡que iba
volando en una bici! Se le pusieron todas las plumas tiesas, se le torció el
pico y dio un par de volteretas del susto.
—Debo estar soñando— se
dijo el pequeño gorrión. Se frotó los ojos con
las alas y volvió a mirar.
— ¡Ay, ay, ay! ¡Que no
estoy soñando!, ¡tengo a mi lado a una niña que va volando con su bici!
— Pajarito, me llamo
Valeria, no tengas miedo, es que te he oído piar muy triste y quiero saber si
te puedo ayudar en algo—dijo la niña muy educadamente.
Una vez pasado el susto
y viendo lo dulce y amable que era la niña, el gorrión se atrevió a responder:
—Bueno, la verdad es que estoy triste porque
me he perdido de mis papás—comenzó a explicar con voz tristona.
— Es que ellos saben
volar muy bien porque son grandes—-prosiguió contando el gorrioncito— y yo como
soy pequeño y mis alitas todavía son cortas, pues vuelo más despacio por lo que
me han dejado atrás y no se han dado cuenta para volver a por mí— sollozaba el
pajarín.
La pequeña conmovida
por la historia se ofreció a llevarle a su nido si le podía indicar dónde
vivía.
—Mira, tranquilízate,
si me dices dónde vives yo te llevaré hasta allí.
El gorrión más calmado
empezó a darle indicaciones:
—Pues yo vivo en un
nido que hay en un árbol— dijo lleno de seguridad.
— ¡Pajarito! Esa no es
una muy buena pista, casi todos los pájaros viven en nidos que hacen en los
árboles y en este pueblo hay un montón de árboles. ¿No puedes darme alguna
pista mejor?
—Bueno, la mayor parte
del día nos la pasamos subidos en una antena que hay justo enfrente del árbol,
allí nos juntamos mis papás, mis hermanos, mis tíos, mis primos, mis abuelos y
yo. Nos pasamos horas revoloteando y charlando, que si pío, pío por aquí, que
pío, pío por allá, todo el día dándole al pico, porque nos gusta mucho
conversar y contarnos historias.
—Vamos a ver, pajarito,
que lo de tu familia está muy bien, que lo de vuestras charlas suena muy
divertido, pero eso no me ayuda para encontrar tu nido, antenas en el pueblo
debe haber más que árboles. Esfuérzate un poquito más. —le suplicó la niña.
—Déjame que piense, a
ver, a ver. No sé si te servirá como pista pero ahora que me doy cuenta el
árbol está en un sitio donde todas las tardes van a jugar los niños. Ese sitio
tiene un gran tobogán, columpios y una tirolina y cuando los niños se cansan
meriendan debajo de nuestro árbol. ¡Uhmmm! Se me hace la boca agua cuando lo
pienso, porque las miguitas que se les caen de los bocadillos son nuestra cena.
— ¡Jajajaja! —Soltó una
carcajada la niña—ahora ya sé porque estás regordete, de comer tantas miguitas y
ya sé dónde vives ¡eres mi vecino! Yo juego en ese parque y vivo justo
enfrente. ¡Oye, pajarito! ¿No serás tú el que me despierta por las mañanas con
el pío, pío, pío? Porque justo encima de mi habitación está la antena de mi
casa.
Valeria giró su bicicleta
y tomó la dirección del parque, cuando llegaron aterrizó suavemente en el suelo
y el gorrión feliz voló hasta el árbol y se metió en el nido donde le esperaban
sus padres muy disgustados y preocupados.
— ¡Piquín! —Que así se
llamaba el pajarito —¿dónde has estado? Te hemos buscado por todas partes y no
te encontrábamos. Toda la familia está volando intentando encontrarte —.Le
reprocharon sus papás mientras le daban un gran abrazo.
Piquín les contó a sus
papás cómo una niña que volaba con su bici le había ayudado a volver a casa.
—Piquín, ¿qué te hemos
dicho sobre contar mentiras? No creas que te vas a librar del castigo por
contar esa historia tan increíble. —Le dijeron sus papás enfadados.
— ¡Que es verdad!,
mira, asómate. ¿Ves a esa niña que está con su bici al pie del árbol?, pues esa
es la que me trajo.
Como Piquín nunca
mentía, su papá bajó revoloteando hasta la niña y se posó sobre el manillar de
la bicicleta.
—Niña —comenzó a decir
el papá pájaro— ¿es cierto que vuelas y que has traído de vuelta a Piquín al
nido?
—Bueno, yo no vuelo, es
mi bici y, sí, me encontré al pajarito perdido y lo he traído de vuelta a su
casa— respondió Valeria.—Y—siguió diciendo— les debería dar vergüenza perder a
su hijo por ir volando más rápido y no volar al ritmo de sus alitas pequeñitas,
riño al papá.
—Pero, pero, balbuceaba
el pájaro rojo de la indignación, si es que Piquín es un despistado y mientras
fuimos a por semillas le dijimos que volase hasta la antena y que allí nos
esperara, pero como siempre va pensando en sus cosas, se despistó y cuando se dio cuenta ya no sabía dónde
estaba —aclaró el padre—
—Pero no me cambies de
tema—dijo el pájaro— ¿Qué es eso de que tu bici vuela? ¡Eso es imposible!—dijo
muy digno dando golpecitos con una de sus patitas en el manillar de la bici.
—Pues si quieres te lo
demuestro—se defendió la niña—que se puso a pedalear mientras pensaba en un
paseo entre las nubes.
De pronto, para asombro
del pájaro, la bicicleta comenzó a remontar el vuelo. ¡No se lo podía creer! ¡Los
ojos se le salían de las órbitas, las plumas de la cabeza le empezaron a dar
vueltas! ¡Casi se cae de espaldas!
—Vale, vale, baja ya—dijo
el gorrión todavía conmocionado. —Muchas gracias por traerme a Piquín sano y
salvo, mi nombre es Piquete y te estoy muuuuy agradecido.
—De nada, yo me llamo
Valeria.
— ¿Qué? ¿Valeria, en
serio? —Interrumpió Piquete.— ¿Tú no vivirás en esa casa que hay enfrente del
parque?
—Pues sí ¿Por qué?
— ¡Qué vistas hay desde
la antena de tu casa! ¡Qué fresquito se está ahí arriba! Nos pasamos mucho
tiempo en tu antena y conocemos bien a tu familia, os oímos hablar y conocemos
vuestros nombres.
— ¿Así que sois
vosotros los que piais todas las mañanas encima de mi habitación?
—Sí, ¿No es maravilloso
nuestro dulce canto?
—Hombre, Piquete, es muy
bonito, pero no tan temprano— exclamó la niña muerta de risa.
Desde ese día Valeria y
la familia de Piquín se hicieron muy amigos y Valeria volaba a menudo con ellos,
pero eso es un secreto que no debéis decir a nadie. ¡Shhhhhhhhh!
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